Cuando no quieras sentir.

sábado, 2 de noviembre de 2013





No matter what I got your back.
Y con esa simple frase entendí lo que llorabas. Aprendí lo que perdías. Y bajabas la cabeza y empezabas a escribir un par de páginas ahogadas. Y seguías escribiendo con tus manos poseídas y unas lágrimas que eran frescas pero añejas. Y no importaba, porque te reencontrabas, porque sentías de nuevo.

Y en otras palabras decías lo que no dijiste, en diálogos reconstruidos y practicados. Y el tiempo creado se recreaba. Y lo perdido era tuyo y no era tuyo, y ya no era, o era menos.

Y después yo te miraba tentativo, y agarraba esas hojas húmedas y te las leía con mi boca. Y vos me mirabas simplemente así, absoluta, porque sin hablar nos entendíamos. Porque sólo vos me veías más allá de mis ojos.

Y hoy en este recuerdo nublado, quizás eras vos la que me las leías a mi. Y tu voz se quebraba un poco pero te sentías más fuerte. Y entonces de repente en un acto de locura, decíamos las palabras en voz alta, y ellas eran reales y pesadas, y a cambio nosotros nos sentíamos más valientes.

Y todavía envueltos en esa misma locura valiente, nos desprendíamos de las palabras ya dichas y le regalábamos tus páginas al mundo, que después las leía con otra luz y en otros lugares y en otros tiempos.

Y del otro lado de esas páginas ellos te leían sin conocerte pero no importaba. Porque en cada palabra el significado era nuestro, aunque ya era de todos. Y de repente las lágrimas y las palabras se mezclaban con sonrisas y recuerdos en las caras de otros más allá de nosotros. Porque finalmente entendían, porque también creaban y recreaban otros diálogos parecidos a los nuestros, en los que decían lo que no dijimos, en los que decían lo que no dijeron. En los que sentían finalmente de nuevo.

Y así, juntos y solos, de lo que llorábamos aunque no teníamos, creábamos lo que aún sentíamos.
Cada vez que vengo a este lugar siento como si todas las cosas que perdí durante toda mi vida terminaron aquí. 
Desde ese día en adelante, el alma de ella siempre miraría hacia el sur, o cualquier lugar donde él esté. Empujándola a su destino. Confundiéndose en besos. Buscando volver a ese aire que encontró sólo en él, entre los labios de su boca.



Casi llegando a la esquina nos miramos a los ojos, asustados por lo que estábamos por ser. 

Robarte un beso con gusto a chocolate me parecía muy poco, no porque tus labios no me alcanzaran, o porque no me gustara el chocolate, sino porque quería más que eso. Quería que fuéramos, quería que el mundo se acabara y nos encontrara pintándonos los ojos de este amor ciego.

Y en el momento que llegamos a la esquina, o ella a nosotros, pausamos los pasos y te tomé la mano, pensando que se acercaba la despedida. Y frenaste mi vida y te miraste en mis ojos. Y al encontrarte en los míos no supe que hacer, y así tentativo, simplemente te abracé. Y en ese abrazo no encontré sólo otros brazos, te encontré a ti. Me encontré a mí. Encontré lo que me estaba buscando. Pues mi cuerpo se entendía con el tuyo, como si fueran los labios de una misma boca, como si hubieran bailado mil canciones, como si mil brazos antes que los tuyos nunca me hubieran abrazado.

Y sentí tu corazón latir y lo acoplé con el mío. Y era todo tan perfecto, tan sutil, tan simplemente intenso, que mi coraje se transformó en miedo, porque ahí mismo comprendí, que ya no habría un antes, que ya no habría un volver atrás. Que vida sin ti, la mía ya no sería.