Cuando no quieras sentir.
martes, 10 de diciembre de 2013
Me conmovieron los ojos de ella porque en vez de
comprenderla me sentí comprendida. Yo me sentía igual, como si tuviera las mismas primaveras encima y toda experiencia que
haya tenido o cuanta lección haya aprendido en ese exacto momento no servían de
nada. Las palabras que escuché de su boca me movieron el
cielo y la tierra. Escribo en su lugar porque está devastada, no
quiere cerrar los ojos, me explica que su realidad es infinitamente gris por
intentar decirlo de alguna forma, no quiere comer y me pregunta constantemente
que pasará ahora. Me duele en el alma no poder darle una respuesta certera y me
pide un cigarrillo y otra canción. Piensa que el hombre que la alumbra no la tiene en
cuenta. Me inspira melancolía, porque veo sus ojos y no
están acá, no puede concentrarse en nada concreto, no escucha, ni siquiera
guarda la invencible manía de morder sus uñas. La miro nuevamente y sigue estando ida, volada en algún lugar que
conozco pero donde no me atrevo a acompañarla. Imagino su pasado y noto un gran cambio, su
sonrisa no es la misma, ahora es sólo un disfraz. Nadie la va a entender,
por eso ya no habla del tema, además es consciente de que no tiene solución. La veo y sé lo que piensa, como si fuera yo misma
la que estuviera sintiendo.
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