Cuando no quieras sentir.
domingo, 8 de diciembre de 2013
Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma. Pero con los poquísimos seres que me interesan… Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión. De allí proviene mi imposibilidad absoluta para sustentar mi amistad con alguien mediante una comunicación profunda y armoniosa. Tanto me doy, me fatigo, me arrastro y me desgasto que no veo que instante de liberarme de esa prisión tan querida. Y si no llega mi propio cansancio, llega el del otro, hastiado ya de tanta exaltación y presunta genialidad, y se va en busca de alguien que es como soy yo con la gente que no me interesa.
Para cada persona el infierno es algo diferente,
o cada uno tiene su propio infierno particular. Mi
descenso al nivel irracional de la existencia, donde se
vive por puro impulso, para fantasía y, por
consiguiente, pura locura. No, eso no es el infierno.
Cuando estoy allí tengo tan poca conciencia del dolor
como un hombre borracho; o mejor, mi dolor es una alegría.
Sólo al recuperar la conciencia siento un dolor
indecible...
o cada uno tiene su propio infierno particular. Mi
descenso al nivel irracional de la existencia, donde se
vive por puro impulso, para fantasía y, por
consiguiente, pura locura. No, eso no es el infierno.
Cuando estoy allí tengo tan poca conciencia del dolor
como un hombre borracho; o mejor, mi dolor es una alegría.
Sólo al recuperar la conciencia siento un dolor
indecible...
Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa;
que todo aquello que toco ya lo he tocado;
que soy prisionero de un interés indecente;
que cada convalecencia es una recaída;
que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo;
que también el humorismo forma parte del bloque inamovible;
que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo;
que no intento todavía reconocer quién soy;
que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre;
que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias;
que no saldré nunca de aquí por más que sonría;
que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una bestia enjaulada;
que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar de una sola;
que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre y por lo tanto pura;
que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.
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