Sé que todo lo que tenía no puede compararse a lo que tengo
ahora, o mejor dicho, todo lo que vivía no puede ser comparado a lo que vivo
ahora, no porque sea bueno o malo, ni mejor ni peor. Siempre tuve los pies
sobre la tierra y la mirada en el cielo, quizás demasiado, pero no me
arrepiento de lo hecho, porque aunque suene trillado: lo hecho, hecho está. A decir verdad, encontré de todo en poco tiempo y el desarraigo no fue lo que
esperaba, quizás porque siempre sentí que nunca eche raíces en ningún lado. No
me siento cómoda estando en un solo lugar por mucho tiempo. Sin embargo, no
puedo quejarme, ahora descubrí que tengo una mirada más positiva de lo que
nunca pensé que podía llegar a tener. Aun así, tengo mis nubes negras y mis
días de odio contra todo el universo, pero es algo que encuentro saludable. Me gusta la idea de concentrarme más en mí, sin dejar de contemplar el cielo y
seguir caminando porque estoy cada vez más cerca de mis objetivos, y si estoy
donde quiero estar no lo sé. No me gustan las despedidas, no me gusta extrañar,
lloro por todo y por nada y en los peores momentos. La verdad que mi plan de
vida es muy simple, me conformo con poco y no puedo ofrecer nada más que lo que
soy, con todas mis virtudes y mis defectos, con mis finales felices y mis
tragedias.
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